La bioeconomía como enfoque emergente puede posicionar la biodiversidad y los servicios ecosistémicos como motores de bienestar y prosperidad y facilitar la transición de la producción agropecuaria convencional a modelos más sostenibles con menores impactos ambientales e indicadores económicos y sociales más ambiciosos.
América Latina está llena de contrastes. Es una región donde encontrarse con grandes riquezas naturales y ser testigo de importantes brechas económicas y sociales hacen parte de las disparidades cotidianas de la región. Sin embargo, este contraste, que es mas notorio en las zonas rurales, muestra también las conexiones positivas que habría entre el desarrollo rural y la conservación de la biodiversidad como motor de desarrollo sostenible para la región.
La mayor biodiversidad del mundo se encuentra en la región, destacándose países como Colombia, Brasil, Ecuador, Perú y Venezuela con bosques húmedos, secos, templados tropicales, páramos, praderas, sabanas, manglares, entre otros. Esta diversidad de genes, especies, ecosistemas y culturas, que conjugados muestran una belleza escénica magistral, le aportan un valor incalculable a la sociedad; valor que algunos han intentado monetizar, para llamar la atención a los gobiernos y sector privado, con el propósito de evitar su pérdida y degradación. El valor económico estimado de algunos servicios ecosistémicos en Latinoamérica es de aproximadamente USD 15,3 billones; para tener un referente, el PIB de Estados Unidos es de USD 21.4 billones. Esta cifra, tal vez difícil de asimilar, demuestra el potencial de la región para el desarrollo sostenible y el uso de la biodiversidad para generar prosperidad y bienestar.
El sector agropecuario genera más de la mitad del empleo rural en América Latina, siendo la principal fuente de ingresos en las zonas rurales. Sin embargo , este sector ha sido reconocido como uno de los motores más intensos de pérdida de biodiversidad a lo largo de los años, debido a las malas prácticas implementadas en la agricultura comercial y el avance progresivo de la frontera agropecuaria en ecosistemas naturales. De la misma manera, este sector demanda el 70% del agua fresca en el planeta y se beneficia directamente del servicio de polinización de la fauna.
En las últimas décadas ha surgido un importante interés y preocupación por la sostenibilidad y por los límites de la tierra frente al modelo convencional de desarrollo. El discurso de los agronegocios competitivos, sostenibles e incluyentes y de la bioeconomía, proponiendo un papel protagónico a la biodiversidad, en la ciencia, tecnología e innovación ha permeado las políticas públicas en el mundo y recientemente en América Latina. Es emocionante ver cómo estas políticas en torno a la sostenibilidad trascienden la órbita ambiental e incluyen la partición de múltiples sectores (agropecuario, comercio, industria, ciencia, educación, etc..) superando los discursos dicotómicos centrados en ambiente o desarrollo.
En los próximos años se proyecta una creciente demanda de alimentos a nivel mundial por lo que la producción agropecuaria deberá incrementarse en un 50% (con referencia a niveles de 2012) lo que sin duda tendrá impactos en la transformación de la biodiversidad y los servicios ecosistémicos en Latinoamérica. Aprovechar esta oportunidad para la generación de empleo, ingresos rurales y evitar la pérdida de biodiversidad requiere establecer pautas, sistemas sostenibles de producción que no pongan en riesgo la biodiversidad ni los servicios que esta presta a la sociedad; pero también aprovechar el potencial de la biodiversidad para generar nuevos productos y servicios de alto valor agregado que satisfagan la demanda de alimentos, medicinas y nuevas tendencias de consumo.
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