En el Día Internacional de la Biodiversidad, investigadoras de SEI analizan el uso y comercialización sostenible de estos recursos como estrategia para su conservación. Colombia y Latinoamérica tienen gran potencial para aprovechar su riqueza biológica para desarrollar bioeconomías, sin embargo, se requieren acciones más robustas y mayores estímulos económicos para lograrlo. ¿Cómo podemos pasar del dicho al hecho?
Usar, transformar y comercializar productos y servicios derivados de la biodiversidad podría ser una de las estrategias más efectivas para su conservación. Para que esto sea una realidad se deben garantizar unas reglas mínimas que permitan asegurar la sostenibilidad del uso, la transformación y el comercio a lo largo de la cadena de valor. Este mensaje se viene proponiendo desde hace veintiséis años a través del Programa de Biocomercio (UNCTAD, 1996), y hoy tal vez estamos viendo los efectos de no tomarlo en serio. Use it or lose it fue una de las conclusiones a las que se llegó al analizar el estado de la diversidad de los cultivos en el mundo (FAO, 2010). Esto también aplica para el uso de la fauna silvestre pues se ha demostrado que las estrategias de uso sostenible son efectivas para su conservación, e incluso han sido promovidas por el Convenio de Diversidad Biológica.
En contextos rurales las personas usan los recursos de la biodiversidad, entre otros, como fuente de alimento, medicina y recreación, o como expresiones espirituales y socioculturales. Pero también la biodiversidad de los ecosistemas naturales forma parte de cadenas de valor que proveen más de ochenta y seis millones de empleos verdes en el mundo, con un gran impacto en las economías locales (FAO y UNEP, 2020). En esos contextos las estrategias de uso sostenible enfocadas en el aprovechamiento de la biodiversidad pueden mejorar las condiciones de vida de las comunidades locales, potenciar el emprendimiento y favorecer los ecosistemas.
Por su tamaño Colombia es el país más biodiverso del planeta, y sus principales estrategias de conservación han sido in situ. Con más de 31.4 millones de hectáreas protegidas el país preserva su riqueza que, además, es uno de los mayores orgullos de los colombianos y motivo de amplio reconocimiento internacional. Sin embargo, estas áreas protegidas afrontan múltiples amenazas que ponen en riesgo sus objetivos de conservar la biodiversidad y los beneficios que prestan a la sociedad. Por un lado, el avance de la frontera agropecuaria con prácticas insostenibles es la principal causa de pérdida de biodiversidad, además de que en los últimos años la deforestación, que no solo afecta la biodiversidad sino también el clima, ha sido imparable en el país; y por otro, las áreas protegidas están cada vez más aisladas ya que por fuera de ellas los sistemas productivos y extractivos transforman el paisaje sin ninguna restricción, lo que pone en riesgo la distribución y supervivencia de las especies que albergan, las cuales normalmente se desplazan sin tener en cuenta los límites de estas áreas. Como resultado, se ha perdido cerca del 18% de la biodiversidad (IAVH, 2017), y en la última década 1.5 millones de hectáreas de bosque natural han sido deforestadas (IDEAM, 2020).
En este contexto, el comercio de la biodiversidad podría mitigar las causas económicas que transforman el paisaje. Un ejemplo claro serían los Productos Forestales no Maderables (PFNM), entre ellos, los frutos, las nueces, las flores y las semillas que son utilizados para la subsistencia, pero que también generan importantes ingresos económicos para pequeñas empresas familiares y comunitarias (FAO, 2001). Así mismo, es posible encontrar empresas de mediana y gran escala que también aprovechan esos recursos con modelos de negocio sostenibles. La bioeconomía ligada a la biodiversidad representa una oportunidad para diversificar las economías locales mediante el uso sostenible de los ecosistemas naturales, y para generar emprendimientos que agreguen valor, desarrollen bioproductos, y aporten ingresos y empleos a una mayor escala.
El biocomercio representa en el mundo más de 4.3 billones de euros y beneficia a más de cinco millones de personas (pequeños productores, recolectores, trabajadores, etc.). Doce mil empresas de más de setenta países han firmado el Pacto Mundial de las Naciones Unidas, comprometiéndose con una mayor responsabilidad ambiental, asociada especialmente a la biodiversidad. El número de empresas que informan sobre la biodiversidad en sus reportes anuales va en aumento: treinta y seis de las cien primeras empresas de cosmética y sesenta de las cien primeras de alimentación mencionan ya la biodiversidad.
En Latinoamérica se han desarrollado economías locales a través del uso, la transformación y la comercialización de PFNM tales como nueces, caucho, palmito, aceite, colorantes, plantas medicinales, fibras y frutas, entre otros (FAO, 2001). Incluso se han implementado modelos de negocio a escalas más amplias con criterios de sostenibilidad que han sido reconocidos a nivel internacional: Ecoflora Care (Colombia), que produce un colorante natural a partir de la jagua (Genipa americana) con modelos de pago por servicios ambientales; Natura (Brazil), que fabrica cosméticos a partir de los PFNM amazónicos, y desarrolla su programa de carbono neutral con la primera iniciativa REDD que incluye comunidades indígenas, y Corpocampo (Colombia), que comercializa productos del Açaí y ganó el premio Business for peace, son ejemplos de empresas centradas en el uso sostenible y la generación de bienestar para la población a partir de modelos de negocio innovadores basados en la biodiversidad. También se pueden encontrar ejemplos del uso sostenible de la fauna. Un proyecto exitoso llevado a cabo en la bahía de Cispatá (Colombia) recuperó una población de caimán aguja (Crocodylus acutus) que estaba al borde de la extinción en un 376% en trece años. La recuperación fue llevada a cabo por antiguos cazadores locales de la especie con la expectativa de utilizar el recurso en el futuro. En respuesta a la recuperación se realizaron cambios normativos, y ahora se permite a las comunidades locales de la zona utilizarla en programas de cría con fines comerciales (Ulloa et al., 2016 y Ulloa y Sierra, 2016).
A pesar de los beneficios del aprovechamiento sostenible, en Colombia los negocios asociados a la biodiversidad son mínimos. Existen muchos más incentivos económicos para transformar los ecosistemas naturales en pastos para la ganadería o para monocultivos, que para el turismo de naturaleza, la cosecha de alimentos, la transformación y comercialización de PFNM, o incluso para implementar sistemas agroforestales.
Un obstáculo visible para el desarrollo de economías locales basadas en la biodiversidad es la complejidad de los requisitos para obtener los permisos de aprovechamiento. En muchas ocasiones los requisitos no distinguen entre todas escalas de aprovechamiento, por lo que una comunidad con un enfoque de uso de pequeña escala tendría que surtir los mismos requisitos que una empresa que pretenda comercializar a gran escala. El reciente Decreto 690/2021 para el manejo sostenible de los PFNM es un avance en la dirección correcta, pero hace falta alinear las intenciones del nivel nacional con la realidad de los niveles regional y local del país. Si actualmente la biodiversidad y sus servicios ecosistémicos son la piedra angular de la estrategia de bioeconomía de Colombia, ¿cómo podemos pasar del dicho al hecho?
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